Hablar de Atlántica es hablar de Guillermo Monroy. Hablar de Monroy es hablar de una historia sin final. Los que le conocieron, los que cooprotagonizaron con él la aventura atlántica o, simplemente los testigos cercanos de aquellos fértiles años artísticos, hablan de una gran figura tanto en el plano humano como artístico. Nacido en Vigo en 1954, Monroy vivió su juventud entre los círculos artísticos que germinaban en Vigo a finales de la década de los 70. En palabras de Coté Ruiz Vázquez, “Guillermo viviría hasta el extremo lo que se empezaba a configurar en el Vigo de entonces como un aspecto fundamental de la cultura y que luego se vino abajo cuando le llamaron movida: aquello que nació de la no oficialidad, de los bares, los cafés, los núcleos de amigos que era donde surgían las acciones mas importantes y trascendentes”. Aunque ya desde 1974 participaba con regularidad exposiciones colectivas, es en el año 1978, el mismo que termina la carrera de Económicas, cuando realiza sus primeras exposiciones individuales en Vigo, Santiago y A Coruña. A partir de entonces seguirán otras muchas, antes y después de su prematura muerte, a los 28 años de edad. Aquella efervescencia creativa que brotó espontáneamente con la llegada de la democracia terminó en algunos casos materializándose en forma de movimientos más o menos sólidos o duraderos. En Vigo, los artistas plásticos más sedientos de modernización propiciaron el movimiento Atlántica, en el que tuvieron cabida los más diferentes estilos y lenguajes de renovación. Guillermo Monroy, alma mater junto con Anxel Huete, Antón Patiño y Menchu Lamas, viaja para conocer la arrebatadora pintura que bulle en Nueva York, -ya antes había estado en París-, empapandose de las modernas manifestaciones artísticas y las nuevas formas de concebir el arte. Comprometido con la cultura y con su tierra, la pintura de Monroy se alimenta de Matisse, del expresionismo americano, del europeo, de los elementos que le rodean, de lo popular. Sus obras son pura tensión, la perfecta fusión del orden-desorden, figuración-abstración, reflexión-imaginación. Pero sobre todo, la pintura de Monroy es color
titulo // Piornos
fecha_creacion // 1982
tecnica // Acrílico sobre lienzo
dimensiones // 100 x 81
La pintura de Monroy es pura vitalidad, expresionismo enardecido volcado en unas obras que, por otra parte, raramente pierden la conexión con lo figurativo. Y es que Monroy se nutre de la realidad más próxima, del campo en el que está instalado su taller o de los elementos populares que le rodean, como estos piornos, formas de un hórreo gallego que sirven de pretexto para propiciar un estimulante encuentro de colores primarios, casi limpios, y el siempre provocador contraste de complementarios. Esta obra, realizada el mismo año de su muerte, a los 28 años de edad, sintetiza las lecciones de Matisse y de los expresionistas americanos. En una fiesta de colores, el artista representa el orden y desorden de la realidad inmediata, así como su capacidad racional para concretar o abstraer esa misma realidad, creando un nuevo escenario que nos lo muestra con un lenguaje directo.
EXPOSICIONES:
Exposición Antológica Guillermo A. Monroy, Concello de Vigo, Casa das Artes, 1993 (REPR. COLOR)
titulo // Ventá
fecha_creacion // 1982
tecnica // Óleo sobre lienzo
dimensiones // 114 x 73
En Vigo, un grupo artistas plásticos sedientos de modernización propiciaron, a finales de los 70, con la llegada de la democracia, el movimiento artístico Atlántica, una iniciativa en la que tuvieron cabida los más diferentes estilos y lenguajes plásticos renovadores. Guillermo Monroy, alma mater junto con Anxel Huete fue, quizás, en aquel momento y hasta su prematura muerte a los 28 años de edad, el más adelantado, el que más rápidamente asumía la modernidad, en su caso con un lenguaje entre el expresionismo aprendido en Nueva York y el fauvismo de origen matissiano. Monroy toma como referencia lo que tiene delante, proyecta mentalmente la imagen en el lienzo, cosido en algunas zonas con toscas cuerdas en un guiño al arte póvera, y a partir de ahí comienza el proceso de esquematización. En un camino hacia la abstracción va dando forma a las ideas y a las cosas. La ventana es uno de los temas más recurrentes de Monroy. Un pretexto para componer un espacio legible en el que dar rienda suelta a la pintura como gesto, al placer de los colores, aquí suavizados por la delicadeza del paisaje que se intuye tras la ventana. Así describía esos paisajes el escritor Román Pereiro en el catálogo de la exposición antológica celebrada en 1993 en Vigo: “Siempre fueron felices los estímulos que le llegaban por la ventana abierta al valle. ¡Su ventana!... tantas veces idealizada en filtraciones de luz entre contraventanas y visillos nebulosos... o cerrada en sensuales reflejos verdes y amarillos. Desde aquel marcos de luz ponía la “vista en movimiento”, como él mismo decía, para dejarse enamorar por el paisaje, para pintarlo con la pureza de un adolescente. Era la del Monroy una visión panteísta del paisaje. Me atrevería a decir que dialogaba con él..., que interrogaba a las nubes, o al sol o a los árboles. Trataba de depurar todo en sus abstracciones y de darles los colores de la pureza de los campos recién lavados por la lluvia. Unas veces domina la sugerencia de una mancha y solo podemos intuir una parcela labrada en ocres entre expresivos espacios blancos matizados en azul y violeta.
Exposiciones
Vigo, Guillermo A. Monroy , Antológica, Casa das Artes, 1993 (cat. repr. color. Pág. 46)