Nacido el año de la gran crisis española y la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas (su padre fue el último gobernador de Manila), Bores crece en el Madrid complejo y agitado de las primeras décadas del S. XX, en el ámbito cultural asociado a la Generación del 27, anhelante de regeneración y modernización. Tras abandonar las carreras de Ingeniería y Derecho, desde 1916 se dedica exclusivamente a la pintura, dando sus primeros pasos de la mano de Cecilio Plá. Hacia 1923 entra en contacto con el movimiento ultraísta del Madrid, en las tertulias de los cafés Pombo y Gijón. Aunque el ultraísmo era un movimiento básicamente literario, también promulgaba un arte nuevo que Bores, como tantos otros artistas, experimentaba a través de la ilustración de varias revistas editadas dentro de la esfera ultraísta, como Alfar, Horizonte o Revista de Occidente, a través de la cual surge una gran amistad con su director Ortega y Gasset, así como con otros destacados vanguardistas del entorno intelectual de la Residencia de estudiantes, como Salvador Dalí, Federico García Lorca o Rafael Barradas.
Consciente del destino incierto que auguraba el panorama plástico español, y a pesar del loable esfuerzo de Los Ibéricos y otros movimientos en favor de la renovación plástica, en 1925, el mismo año en el que participa exitosamente en la emblemática Exposición de Artistas Ibéricos, se traslada a París, donde permanecerá hasta su muerte en 1972. En los cafés de Montmatre llegará a ser considerado como uno de los más importantes representantes de la Escuela de París.
A su llegada a la capital francesa su pintura experimenta en el ámbito del cubismo, del surrealismo y de la abstracción para, posteriormente volver a la figuración, pero reducida a lo esencial, alejada de lo anecdótico. A mediados de la década de los 30 su obra se orienta a los interiores intimistas, a las síntesis espaciales y a la esquematización con una gama cromática suave. A partir de mediados de siglo evoluciona hacia una estética próxima a la abstracción, definida como la manera blanca, en la que los cuadros se van depurando para inundarlos de luz.
titulo // Bodegón
fecha_creacion // 1943
tecnica // Óleo sobre lienzo
dimensiones // 38 x 55
Tras el estallido de la segunda guerra mundial, Bores y su familia permanecen una temporada en San Juan de Luz con Matisse, posteriormente regresan a París y finalmente, en 1943, ante la inestabilidad económica, su familia regresa a España y Bores continúa, pese a todo, trabajando en París durante dos años. De aquel momento es este Bodegón con despertador, que tras su ejecución entregaría a la Galeria Alfred Poyet, con la que se había comprometidos dos años antes. Aunque, como bien apunta su nieta Helen Dechanet en el Catálogo razonado del autor, entonces la mayoría de los bodegones de Bores presentan, repetidamente frutas, hortalizas y otros tipos de alimentos - curiosamente en una época de precariedad económica -, en este bodegón los protagonistas son elementos simbólicos tales como la pipa, el libro o la fruta, objetos que remiten a los sentidos, tantas veces representados, con uno u otro estilo, entre los pintores de Montmatre. Incluso la ambigüedad de significados para otros elementos de la composición puede considerarse así mismo característico. Los objetos se hallan dispuestos sobre una mesa, que no llega a confundirse con el fondo, y así se logra una cierta sugerencia de espacio. En un principio el pintor pintaba formas y líneas reconocibles sobre una base abstracta, dando lugar a la denominada figuración lírica, que recuerdan a Cézanne, Derain o Matisse, dando lugar, poco tiempo después, al nacimiento del concepto de pintura fruta, la pintura que alimenta el placer de los sentidos, aquella que se saborea con la vista. Fue, precisamente, la pureza de la plasticidad lo que Bores buscó a lo largo de toda su vida De la magnífica sutileza de las escenas de interior de la década de los treinta, Bores evoluciona hacia la búsqueda de una espacialidad de planos, de superficies y colores más condensados. Así, en el inicio de la década de los cuarenta, tal y como se aprecia en este bodegón, se aleja por un momento del lirismo que alimenta la producción de esta época para dar paso a una composición más construida. Ahora los elementos son más explícitos y muestran mayor corporeidad en relación a épocas anteriores, aunque sin perder el sentido de la síntesis plástica. La obra cautiva por los ritmos suaves y curvilíneos, acentuados por el grosor de los negros contornos. Sus formas de apariencia blanda y sinuosa la hacen extraordinariamente sugerente.
EXPOSICIONES:
LITERATURA: